Wünsdorf, localidad apodada durante la Guerra Fría como “pequeño Moscú” por su gigantesca base soviética, muestra la fuerte oposición en la antigua RDA a las políticas de rearme y de apoyo a Ucrania
Wünsdorf está a solo 60 kilómetros de Berlín, pero un abismo separa este pueblo de Alemania oriental de lo que piensan las élites políticas e intelectuales del país. Justo cuando el Parlamento toma carrerilla para gastar todo lo que haga falta frente a la amenazante Rusia de Vladímir Putin, aquí, en esta localidad que durante la Guerra Fría acogió la base militar más grande de la Unión Soviética fuera de sus fronteras, el tiempo parece transcurrir más despacio. Aquí, el siglo XX sigue estando muy presente. Y sirve para responder a muchos de los interrogantes del XXI.
Unas 20.000 personas visitan cada año la fascinante hilera de búnkeres tejida por los nazis en 1939 en Wünsdorf. Desde esta miniciudad, convertida durante la II Guerra Mundial en un gran centro de comunicaciones, el ejército de Hitler dirigió la ofensiva contra la URSS. Fuera de los túneles, a la luz del sol, todavía quedan los restos de las construcciones de la Wehrmacht que las tropas soviéticas quemaron en 1946, tras su victoria en la guerra, como parte de su compromiso para eliminar cualquier rastro del régimen criminal que convirtió Europa en un gran cementerio.
La herencia soviética marca, 30 años después de que se marchara el último soldado del Ejército Rojo, la visión de los lugareños sobre asuntos actuales como la guerra de Ucrania, las ansias imperialistas de Rusia y la urgencia europea por rearmarse. Sus opiniones, mayoritariamente, chocan frontalmente con la de los alemanes occidentales.